miércoles, 23 de enero de 2008

El mono Pancho

El día que Pancho abrió los ojos por primera vez, vio a su madre y detrás de ella a su veterinario. Al poco tiempo, fue aislado y trasladado a un ecosistema “naturalmente” creado por el hombre a imagen y semejanza de la selva a la que pertenecía su especie. Allí conoció a otros semejantes con los que compartía su condición de huérfano. Se las rebuscó para encontrar los alimentos que los cuidadores escondían “estratégicamente” simulando la disposición que tendrían en la selva.

Los años fueron pasando y Pancho, ni un rasguñón (su veterinario le curaba las heridas que le producían los machos más fuertes), ni una novia. Su vida artificialmente creada lo llevó a tomar como hijo a una liebre que visitaba su jaula en busca de zanahorias.

Paradójicamente, los cuidados que le brindaron los humanos para que siga siendo un objeto de exhibición le dieron una vida de 50 años. Y hoy, con ceguera y artrosis a cuestas, Pancho vive en una caja de vidrio de dos por dos. Sin lianas, sin monos que jueguen con él o quieran dominarlo, sin liebre. Pero con un gran plato de verduras disecadas “especialmente” diseñadas para monos en cautiverio.

lunes, 7 de enero de 2008

Homos morbidus

Hay quienes afirman que el ser humano es el animal más morboso. La primera acepción de morboso es "enfermo" y una de las últimas, "que presenta inclinación al morbo", es decir, a las cosas desagradables. Es claro que no todas las cosas desagradables atraen con la misma intensidad que otras. Ni que atraen de la misma manera a todas las personas. No es lo mismo sentir una fascinación por lo prohibido, desde el voyeurismo hasta la enfermedad o la muerte, que verse atraido por olores repugnantes o regocijarse en el dolor ajeno, bordeando el sadismo.

Es así como, sin esperarlo, descubrí que tengo un nuevo morbo, quizá el menos avergonzante, pero de suficiente relevancia como para hacerme cargar con el calificativo de "asquerosa". La cosa es que me gusta apretar los puntitos negros de otras personas, en especial los de la espalda. Por desgracia, no tengo mucha experiencia en mi haber porque, en general, sufro el rechazo de quienes tienen este mal.

Una vez convencida la víctima, comienza el ritual. Instrumentos en mano, procedo a remover la tapita de la espinilla. Con una mini pincita, especialmente diseñada para la tarea, empujo la dermis circundate con la fuerza justa y necesaria para no lastimar ni dejar marcas. El súmum de placer lo provoca la liberación del cebo a través del poro.

Cuando le confesé esto a V y N, descubrí por qué son mis amigas más cercanas. Las chanchas somos tres, no una sola.