domingo, 28 de octubre de 2007

Abejas

-Yo: ¿Che, qué pasó con la chica que estabas saliendo?
-J: No sé, me parece que pensó que soy un zoofílico.
-Yo: ¿?
-J: El otro día, post sexum, le dije que parecíamos abejas.
-Yo: ¿Por lo dulce de la miel que producen?
-J: Porque para extraer el polen de las flores las abejas mueven el aguijón frenéticamente y nosotros cuando tenemos sexo también.
-Yo: Qué poético.

lunes, 22 de octubre de 2007

Who you are is what you do?

Trabajamos 40 horas semanales, 50 semanas al año, durante 50 años, lo que equivale a un total de 100.000 horas laborales. Son horas que pueden resultarnos gratificantes, si disfrutamos lo que hacemos, o totalmente rutinarias e insoportables. Son horas que le quitamos a nuestro reloj para acceder a otras cosas: bienes y servicios básicos y de confort. Son horas que dedicamos a un fin superior con el que buscamos trascender. Muchas veces esas horas calan tan profundo en nuestro ser que terminan moldeando algunos aspectos de nuestra personalidad.

Verónica es contrabajista en una orquesta. Sus últimas relaciones importantes fueron con músicos: guitarristas o violinistas. Dice que pasa mucho tiempo en el lugar de trabajo, incluido los fines de semana, y no puede evitar sentirse atraída por el virtuosismo de éste o la pasión por el instrumento de aquél. Reconoce que para construir una relación no alcanza con la admiración por lo que hace el otro; sin embargo, a veces le cuesta separar el ser del hacer.

A Juan lo conoció en el conservatorio. Se hicieron amigos cuando cursaban Teoría y Solfeo y comenzaron a invitarse a sus sendos conciertos. Cuando Verónica lo vio tocar la guitarra en un bar de tangos, lo deseó con todas sus fuerzas. Cada nota que emanaba de ese instrumento aumentaba su excitación. Sentía una mezcla de admiración y devoción; ese chico encarnaba su ideal de hombre. Por esas cosas de la vida, Juan no la supo entender.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Y un día, fui Bucay

Hoy les leí a mis alumnitos esta historia y juro que me sentí Jorge. Se las resumo: Había una vez un rey que era el tipo más rico del mundo, pero siempre encontraba una razón para estar triste y enojado. Le molestaba profundamente que su sirviente, con lo poco que tenía, fuera más feliz que él. El rey le preguntó cómo explicaba su dicha, a lo que el sirviente le contesto: "No tengo nada de qué quejarme, tengo un trabajo digno y una familia unida". El rey no podía comprender esas palabras. Y pensó y pensó, hasta que se le ocurrió una idea: dejar en el camino del sirviente una bolsa llena de monedas de oro. Esa tarde, cuando el sirviente retornó a su hogar, se topó con la bolsa. La levantó y se fue caminando con alegría a su hogar. Cuando la abrió y empezó a contar las monedas, descubrió que sólo había noventa y nueve. Enfurecido, volvió a contarlas y constató que había contado bien. -No puede ser- pensó. Conseguir la moneda de oro faltante le llevaría muchos años. A partir de ese momento, el sirviente no fue nunca más feliz.

Las historias de niños suelen tener moralejas, igual que los libros "de" Jorgito. A veces me encuentro en la disyuntiva de contarles estas historias o reproducir fragmentos de High School Musical. Claro está que ninguna de las dos cosas fomentan el pensamiento crítico de estos pequeños niños, pero...

jueves, 11 de octubre de 2007

Lluvia ácida...

...de chocolate sobre mis calzas blancas. Detrás del cartón hay una nena que no tiene más de 13 años. Se ríe. Un pibito que está con ella le dice: "Zarpada". Me hundo en una mezcla de bronca, incertidumbre y pena. Me pregunto si esa es su forma de comunicarse con los demás, de quejarse contra un sistema que la empuja a la calle, de llamar la atención del mundo. Entro en un bar y voy directo al baño. Me empiezo a mojar la calza con agua para sacar las manchitas (Parezco un dálmata) y una chica me pregunta:

- ¿Te volcaste vino tinto?
- Sí, qué tonta.

El olor a lácteo todavía voltea.

sábado, 6 de octubre de 2007

¿Casualidad o causalidad?

En Sevilla, Lucía decidió hospedarse en una hostería para jóvenes. Estaba recorriendo el sur de España sola desde hacía varios días y extrañaba la voz humana. El único tipo que le hablaba era el recepcionista del lugar. Esa tarde, cuando estaba pagando la tercer y última noche de alojamiento, conoció a Cecilia, una joven uruguaya que tenía un aspecto guarro y aventurero. Se juraron amistad eterna y salieron a recorrer.

Después de mucho patear, llegaron a una plaza muy antigua, donde había una gitana. Cecilia siguió caminando para ver unas artesanías, pero la gitana se prendió de la mano de Lucía. Le dijo que tenía unas manos muy bonitas, que merecían ser leídas. Visionó un futuro feliz, con dos niños y un marido excepcional (¿Será la frase de cabecera que le dirá a todas las mujeres?). Lucía le agradeció ingenuamente, pero la gitana le dijo: "Niña, no pagarle a los gitanos trae cincuenta años de mala suerte". Lucía tomó unas monedas y se las dio. La gitana le dio un romero a cambio.

Las dos niñas siguieron su rumbo y se encontraron frente a La Giralda, una alta torre desde donde se podía divisar toda la ciudad. Subieron, con la excitación de los jóvenes años que cargaban. En la cima de la torre, Lucía vio un romero igual al suyo, en el bolsillo del saco de un joven. Parece francés -pensó-. Suerte, azar, destino, fortuna, casualidad, lo inevitable. Intersección en tiempo y espacio. Entre cientos de personas, flechazo entre dos. Se atraen. ¿Cuántas chances tienen de volverse a encontrar? Casi ninguna. Se hablan. Él toma la iniciativa y larga la primera frase: No quiero irme de aquí sin escuchar tu voz. Se desean. ¿Tienes planes para esta noche? Se encuentran. Las coordenadas los unen y los vuelven a separar.

martes, 2 de octubre de 2007

Huellas

Busco alguna imagen definida entre tanto negro y lo único que veo son semicírculos, uno encima de otro. Comienzan a tomar forma de huellas, más precisamente huellas dactilares de dedos gordos y mochos. Giran y marean. Cierro los ojos y siguen allí. Trato de moverme, pero mis miembros no responden órdenes. Busco algún detalle que delate si son mías (no voy a permitir me toquen la huellas de otro... porque me van a tocar, claro). La falla de fábrica en mi dedo gordo derecho no está. Y si está, se esconde, porque no la veo. Se abalanzan sobre mí. De repente, me despierto sobresaltada y con sensación de asfixia. Como lo vengo haciendo desde hace veinte años.

Hoy le conté a mi terapeuta un sueño recurrente hace mucho tiempo.

Piropos escatopsicológicos

Estoy con L tomando un café. L ve pasar a un muchacho apuesto y (me) dice: Ay, me hago encima de lo lindo que es