El día que Pancho abrió los ojos por primera vez, vio a su madre y detrás de ella a su veterinario. Al poco tiempo, fue aislado y trasladado a un ecosistema “naturalmente” creado por el hombre a imagen y semejanza de la selva a la que pertenecía su especie. Allí conoció a otros semejantes con los que compartía su condición de huérfano. Se las rebuscó para encontrar los alimentos que los cuidadores escondían “estratégicamente” simulando la disposición que tendrían en la selva.
Los años fueron pasando y Pancho, ni un rasguñón (su veterinario le curaba las heridas que le producían los machos más fuertes), ni una novia. Su vida artificialmente creada lo llevó a tomar como hijo a una liebre que visitaba su jaula en busca de zanahorias.
Paradójicamente, los cuidados que le brindaron los humanos para que siga siendo un objeto de exhibición le dieron una vida de 50 años. Y hoy, con ceguera y artrosis a cuestas, Pancho vive en una caja de vidrio de dos por dos. Sin lianas, sin monos que jueguen con él o quieran dominarlo, sin liebre. Pero con un gran plato de verduras disecadas “especialmente” diseñadas para monos en cautiverio.
Los años fueron pasando y Pancho, ni un rasguñón (su veterinario le curaba las heridas que le producían los machos más fuertes), ni una novia. Su vida artificialmente creada lo llevó a tomar como hijo a una liebre que visitaba su jaula en busca de zanahorias.
Paradójicamente, los cuidados que le brindaron los humanos para que siga siendo un objeto de exhibición le dieron una vida de 50 años. Y hoy, con ceguera y artrosis a cuestas, Pancho vive en una caja de vidrio de dos por dos. Sin lianas, sin monos que jueguen con él o quieran dominarlo, sin liebre. Pero con un gran plato de verduras disecadas “especialmente” diseñadas para monos en cautiverio.