
En Sevilla, Lucía decidió hospedarse en una hostería para jóvenes. Estaba recorriendo el sur de España sola desde hacía varios días y extrañaba la voz humana. El único tipo que le hablaba era el recepcionista del lugar. Esa tarde, cuando estaba pagando la tercer y última noche de alojamiento, conoció a Cecilia, una joven uruguaya que tenía un aspecto guarro y aventurero. Se juraron amistad eterna y salieron a recorrer.
Después de mucho patear, llegaron a una plaza muy antigua, donde había una gitana. Cecilia siguió caminando para ver unas artesanías, pero la gitana se prendió de la mano de Lucía. Le dijo que tenía unas manos muy bonitas, que merecían ser leídas. Visionó un futuro feliz, con dos niños y un marido excepcional (¿Será la frase de cabecera que le dirá a todas las mujeres?). Lucía le agradeció ingenuamente, pero la gitana le dijo: "Niña, no pagarle a los gitanos trae cincuenta años de mala suerte". Lucía tomó unas monedas y se las dio. La gitana le dio un romero a cambio.
Las dos niñas siguieron su rumbo y se encontraron frente a La Giralda, una alta torre desde donde se podía divisar toda la ciudad. Subieron, con la excitación de los jóvenes años que cargaban. En la cima de la torre, Lucía vio un romero igual al suyo, en el bolsillo del saco de un joven. Parece francés -pensó-. Suerte, azar, destino, fortuna, casualidad, lo inevitable. Intersección en tiempo y espacio. Entre cientos de personas, flechazo entre dos. Se atraen. ¿Cuántas chances tienen de volverse a encontrar? Casi ninguna. Se hablan. Él toma la iniciativa y larga la primera frase: No quiero irme de aquí sin escuchar tu voz. Se desean. ¿Tienes planes para esta noche? Se encuentran. Las coordenadas los unen y los vuelven a separar.