lunes, 31 de marzo de 2008

Miss Information

No tengo miedo de vivir confinada en mi hogar

Ni de ser golpeada por mis paquetas vecinas con una cacerola

Ni de ser golpeada por matones

Ni de cultivar mis propias hortalizas en mi lavadero

Ni de comer enlatados de por vida

Ni de tomar leche de origen sospechoso

Ni de no más Louis Vuitton, o Lacoste

Ni de que cierren el Alto Palermo

Ni de morir atropellada o inundada

Ni de quedarme sin tele porque las estrellas no pueden llegar al canal

Ni de quedarme sin internet por una falla en el servicio

Ni de vivir sin celular y que no me puedan ubicar

Creo mi único temor en este momento es el mismanejo de la información. Al fin y al cabo, esto se parece cada vez más al país de arriba.

viernes, 14 de marzo de 2008

La verdad de la milanesa

Una tarde de abril de 1987, Carla sintió un olor penetrante que provenía de la bolsita de higiene de su hija Luli. Parecía a milanesa, pero no podía afirmarlo a ciencia cierta. El olor a jabón y a fritura en cuasi-descomposición se fundían en uno. Cuando le preguntó a Luli qué había hecho con la bolsa, la nena se largó a llorar y confesó todo:

L: En el comedor el cocinero siempre nos da milanesas gruesas, con mucha grasa y doble pan. Si queremos comer postre, la condición es que terminemos el plato y, como hoy dieron helado, tuve que meter la milanesa en algún lado.
C: ¿Y dónde está la milanesa?
L: En el inodoro del baño del colegio.

Los comedores de los colegios públicos en los ochenta parecían cuarteles militares. Las señoras gordas que hacían las veces de mozas ponían su mejor cara de bruja cada vez que algún chico se atrevía a preguntar qué día de la semana había pizza o si le podían traer un pan de más. Te obligaban a comer hasta la única miga y, si no, te sacaban automáticamente el postre.

Los chicos se dividían entre los que comían por obligación, los que comían por hambre y los que no comían por asco. No había lugar para débiles (véase película referencial), ni para flacuchos. Siempre en las mesas había un comilón que le sacaba comida a los más flacos para que no los retaran (esa era la excusa).

Como servían sólo agua, los chicos traían Tang y otras yerbas y competían a ver quién tomaba el jugo más concentrado. Vacíaban dos o tres sobrecitos, hasta la mitad del vaso, y la otra mitad la llenaban con agua. Cualquiera que viera esa escena habría pensado que se querían intoxicar. Pero así transcurrían los días en los comedores públicos... para algunos, una oportunidad para comer por doble; para otros, ayuno constante hasta que llegara el famoso cuadrado de queso.

jueves, 6 de marzo de 2008

El portero de al lado

Cuando las personas te entregan el saludo, no hay vuelta atrás. El otro día me di cuenta de esto cuando mi mamá inició una conversación con el portero del edificio de al lado. No habló del fin del mundo ni de nada trascendental, claro. Que el cuadro lo pintó a mano uno de los vecinos (un verdadero mamarracho). Que la maceta era de paja, muy rústica (un juntadero de bichos). Intercambiaban ideas sobre el hall de entrada.

Por supuesto, mi mamá después se fue a su casa y no lo volvió a ver y yo, como vivo entrando y saliendo me lo cruzo todo el tiempo. No es que tenga nada contra el pobre hombre, simplemente... ¿por qué me entregó el saludo? ¿Seguirémonos diciendo "Hola" por el resto de nuestras vidas? ¿O en algún momento el saludo se disipará en un simple cabeceo o una semi-sonrisa, para luego desaparecer por completo?