domingo, 26 de agosto de 2007

Daydreaming

Desde niña, viví la ausencia como un terreno ocupado por la imaginación. Hija única de madre sola y trabajadora, tuve que aprender a convivir con la falta de compañía. Los únicos que estaban a mi lado eran mis muñecos y los fieles personajes imaginarios que suplantaban la falta de hermanos o de amigos, dada mi inestabilidad escolar, y me hacían creer que en el mundo paralelo no había nada a qué temer.

Luego, llegó el secundario y la posibilidad de conocer a las personas que me acompañarían en las buenas y en las malas durante gran parte de mi adolescencia. Descubrí que, a diferencia de muñecos a merced de mi voluntad, las personas reales no ceden sus intereses y no dejan manipularse. Fue así como comencé a convivir con la ausencia de amigos y novios, cansados de mis intentos vanos de dominio y posesión encubiertos.

Como mis primeras relaciones sociales en el mundo real no estaban funcionando como yo quería, nunca me alejé del mundo imaginario. Para conciliar el sueño pensaba que conocía personas que me asignaban un valor inmenso, casi sobrehumano. Nunca perseguí la gloria -como dice Machado- pero en mis delirios el vacío se llenaba con un deseo desesperado de agradar. Los personajes eran olfas y arrastrados, bastante repugnantes.

La años de terapia, me empujaron -escribí empijaron- a buscar un poco de tranquilidad mental. Empecé a reemplazar ilusiones por reflexiones sobre la vida diaria. Dejé de llenar vacíos con personas y comencé a escribir más, aunque mis palabras no fueran dirigidas a nadie en particular. Y un día fui sola: dejé el hogar paterno para autoconvivir.